martes, 3 de mayo de 2016

Retórica de la alteridad

Aunque escritas en periodos muy alejados en el tiempo, La Germania de Publio Cornelio Tácito y Taipi: un edén canibal de Hermán Melville son obras que tienen algo en común: un contexto imperial y, por consiguiente, el intento de definición del “otro” sometido al dominio de un poder expansivo. Además, ambos autores escriben desde la perspectiva del país/imperio conquistador, Tácito como romano y Melville como estadounidense. En tiempos en los que escribe Tácito, Roma ya era un imperio consolidado y su dominio se extendía por todo el mediterráneo. De la misma manera, durante el curso de vida de Melville, EE.UU protagonizó un proceso expansivo hacia el Oeste y, además, tiene lugar la Guerra de Secesión estadounidense entre el sur esclavista y el norte industrializado. Ambas obras son representativas de la llamada retórica de la alteridad, ya que en ellas se define al “otro”  desde la perspectiva del “yo” o “nosotros”, es decir, la definición del otro se lleva a cabo en términos de la realidad vista desde la perspectiva del “yo” que lo define desde una posición de poder.   Así pues, por ejemplo, si Heródoto como griego define a los griegos como aquellos “con la misma sangre y la misma lengua, templos y sacrificios comunes, y semejanza de costumbres” nos proporciona los ámbitos en los que se llevará a cabo la definición del otro, es decir: genética, lengua, religión y costumbres. De hecho, eso es lo que ocurre cuando, por ejemplo, Ovidio utiliza la diferenciación lingüística para definir al otro:“En unos pocos quedan restos de la lengua griega, pero incluso estos se han convertido ya en bárbaros por el acento gético.” o Estrabón, que se centra en la diferencia de costumbres: Nadie dirá que viven con aseo los que se lavan con orina que se conserva podrida en tinajas y con ella se enjabonan los dientes ellos y sus mujeres, como se dice también de los cántabros y sus vecinos. Esto y el dormir en el suelo es común a íberos y celtas.”

Además de los ámbitos ya mencionados como espacios de creación de alteridad, la naturaleza y la feminidad también son dimensiones en las que opera la retórica de la alteridad a lo largo de los tiempos, desde Tácito hasta Herman Melville, cuyos textos son muy representativos de esta modalidad.  Comenzando por Tácito, sin embargo, debemos tener en cuenta que, este aunque está describiendo al otro en los términos comunes de definición del “otro” ya mencionados, su forma de describir al otro se podría considerar incluso revolucionaria para la época, pues en sus descripciones los bárbaros a los que describe, en ocasiones muestran virtudes que nadie antes les ha atribuido como es el caso de los Catos a los que se les atribuyen cualidades como “industria y astucia” o “disciplina militar”. Esto nos dice algo sobre el autor, pues la forma en la que se describe al otro no es más que reflejo de la perspectiva de quien produce el discurso. Este hecho probablemente se deba a que Tácito, más que revolucionario, era un aristócrata romano crítico de la decadencia moral de su país natal y probablemente su obra tuviese un trasfondo político y filosófico con objetivo de proyectar en los Germanos virtudes que según él se habían perdido en la Roma de su tiempo. Los Catos son representados como más romanizados en el sentido de que su guerra se lleva a cabo con orden y disciplina y “cuentan la fortuna entre las cosas dudosas y la virtud entre las seguras y ciertas” por lo que se parecen a los romanos en su relación con la fortuna y virtud. Los Cheruscos, por otro lado, son representados por Tácito más acorde a la retórica de la alteridad propia de la época romana, ya que el autor caracteriza a este pueblo como perezoso y que no ha sido capaz de armarse frente a un posible ataque, ya que la gran paz que han experimentado les ha hecho perder sus artes de guerra: como dirá Tácito la demasiada paz  “los fue marchitando”. Lo mismo ocurre cuando se les describe como quienes van “sucios y desnudos” con grandes cuerpos, una relación estrecha con la madre, y la igualdad en su organización, que no está basada en el linaje sino que en la virtud. En cuanto a su relación con la naturaleza, para Tácito se trata de una relación cercana, ya que “Viven y andan todos juntos entre ganado y en la misma tierra”.

Sin embargo, es en Melville donde se ve mejor la creación de alteridad en el ámbito de la relación del hombre con la naturaleza y al mismo tiempo un paralelismo de la naturaleza con lo femenino. En el texto en el que se describe el valle Taipi, Melville narra un primer acercamiento a la naturaleza del valle desde la contemplación y este se presenta idílico como “el valle más delicioso que he visto jamás”. No obstante, una vez que el “civilizado” entra en contacto con esa naturaleza, el narrador describe su enorme hostilidad y gran resistencia ante su dominio. Este texto, que es reflejo del intento fracasado de dominación de una naturaleza salvaje por parte del “civilizado”, también es una clara alusión a la dominación sexual frustrada del hombre sobre la mujer. La agresividad es característica de este dominio: “me lancé desesperadamente contra él, aplastando por el suelo las cañas con que entré en contacto”. Igualmente, muchos hombres creen, aún hoy en día, que tienen derecho a recurrir a la violencia para dominar a la mujer, como si de un ser inferior se tratase, como quien recorta el césped de su jardín para que no se convierta en una selva salvaje, por su afán por un orden, un orden definido desde nuestro poder patriarcal y capitalista que prioriza industria frente a la conservación de lo natural.  

En el texto de Melville, la relación del civilizado con la naturaleza se presenta como una especie de utopía amorosa: el hombre queda preso por la naturaleza incontrolada al igual que puede quedar atrapado en las redes de una mujer. Esto siempre implica una concepción negativa de la mujer, también muy común en el cristianismo actual donde la mujer es tentación para el hombre que tiene que evitar caer en ella. Una naturaleza salvaje e inhóspita es un lugar común en la representación del bárbaro desde los tiempos de los griegos, ya se ve reflejada incluso en textos de Homero: “Los cíclopes no tratan en juntas ni saben de normas de justicia; las cumbres habitan de excelsas montañas de sus cuevas haciendo mansión” o mejor dicho, se relaciona la “otredad” de un pueblo o conjunto de personas con la diferenciación climática, que es una tendencia que pervive hasta hoy en día. La dominación de la naturaleza salvaje y del salvaje en sí, se presenta como algo que supone mucha dificultad para el hombre civilizado, al igual que la dominación de la mujer por parte del hombre no es nada fácil. Estas dificultades de dominación del otro fueron reflejadas también por autores griegos tempranos como Ovidio quien dirá:“ninguna mano ha cortado su cabello ni su barba; su diestra no es tarda en herir clavando el cuchillo, que todo bárbaro lleva pegado al costado (...)”

En el último texto de Melville, las mujeres de la bahía de Nukuheva, aunque físicamente idealizadas, presentadas como si de frutos de la naturaleza se tratase, son descritas en términos de la moralidad occidental, por lo que,  al invertir las características de la civilización occidental en su dimensión más moral se utiliza de nuevo la retórica de la alteridad y las mujeres salvajes se caracterizan por su corrupción:  “abandonada voluptuosidad”, “depravación y desorden” “impías pasiones”, “grosera licenciosidad” “más vergonzosa licenciosidad y más licenciosa ebriedad” “movimientos libres”. Eso sí, hay aspectos en los que las mujeres salvajes encajan con el ideal occidental de mujer sumisa como en que son “ingenuas criaturas”. Así pues, vemos que se trata de una visión determinada por una moralidad cristiana que desde su propio Edén ha creado  ese ideal de mujer con el que la mujer salvaje no encaja del todo bien, ya que se le define con términos opuestos a ese ideal, eso sí, siempre con algunos parecidos.  

Por otro lado se describe a la mujer Fayaway que se muestra pasiva e insondable y sobre todo destaca el hecho de que está exenta del trabajo y vive en “total libertad de preocupaciones y ansiedades”. La descripción de esta mujer salvaje está dominada de nuevo por términos de la perspectiva occidental en cuanto a la belleza y la actitud de la mujer perfecta, que se dedica a cuidar de su belleza y nada más, aparece ahí como fruto de la naturaleza a disposición del disfrute del hombre:“con todos los rasgos tan perfectamente formados como pudiera desear el corazón o la imaginación del hombre”. Eso sí, ahí no se utiliza la retórica de la alteridad propia de la dualidad civilizado vs. salvaje sino que se echa mano de la retórica de la alteridad utilizada para la creación de la otredad de la mujer a través de la dualidad mujer vs. hombre. Se trata de algo con lo que estamos ya bastante familiarizados ya que el discurso de alteridad de la mujer está presente en nuestras propias sociedades: mujer exenta de todo trabajo frente a hombre que trabaja; mujer que se preocupa por su físico y que es admirada por los hombres por su belleza vs. hombre que destaca por su intelecto y se despreocupa por tener una belleza perfecta, etc.

El contraste hombre civilizado vs. naturaleza salvaje y femenina o el contraste hombre vs. mujer para crear alteridad no es más que otra forma de aplicar visión de la realidad binaria a la creación del otro. Este pensamiento binario es característico de la civilización griega que ha determinado el pensamiento de hoy en día, por ello, este esquema puede seguir presente en las mentes de escritores posteriores como Melville y claramente incluso en la actualidad. El enfrentamiento de conceptos como hombre-mujer, civilización-barbarie es una de las grandes herencias que nos ha dejado el pensamiento griego. Por ello, el texto de Melville es muy representativo de la presencia de esa concepción estructuralista de la realidad en tiempos muy avanzados. Eso sí, al tratarse de una obra literaria, no podemos afirmar que se trate del reflejo de la mentalidad del propio Melville, pues puede que un autor use una serie de lugares comunes del pensamiento de su época para  reflejar una realidad común en sus tiempos o simplemente para adaptarse a la perspectiva de sus posibles lectores. Eso sí, frente al estructuralismo como rasgo común de la retórica de la alteridad, cuando las voces de los “alterados” resuenan, uno se da cuenta que tan sólo se trata de un discurso que no encaja con la realidad de quien es descrito como algo desde una sola perspectiva. Así pues, cuando Tertuliano se escandaliza ante las acusaciones que sufren los cristianos como minoría en Cartago. Así pues dirá Tertuliano, “Nos llaman criminalísimos por el rito oculto de la matanza de los niños, que nos los comemos después, y que, tras el banquete,(...) Si lo creéis, ¿cómo no lo averiguáis? Y si no inquirís, ¿por qué le dais fe?”. Estás últimas palabras me parecen muy significativas, pues quizás se trate de la pregunta clave que todos deberíamos hacernos cuando escuchemos un discurso de alteridad e incluso un discurso histórico salpicado por el binario, en el que siempre hay un otro un yo, un ganador que escribe la historia y un perdedor cuya voz es silenciada. Este fenómeno de creación de un discurso por el poder se ve muy bien reflejado por Trouillot en Silencing the Past: Power and the Production of History. Como este dirá “power enters into the interface between historicity 1 and historicity 2. (...) forbids describing what happened from the point of view of some of the people who saw it happen or to whom it happened. It is a form of archival power. With the exercise of that power “facts” become clear, sanitized.” Es decir, desde el poder se crean significados, que simplifican realidades y las despojan de todo sentido negativo que puedan tener para el poder y desde una sola perspectiva que silencia voces de quienes fueron oprimidos por el sistema bajo el que se crea la historia.

En nuestro contexto más cercano, el del imperialismo español en América Central-Sur también se ha utilizado la retórica de la alteridad para representar al otro. Esto se ve muy reflejado en los diarios de Colón, quien describe a los indígenas a los que se encuentra en el nuevo continente en unos términos muy parecidos a los de los griegos y romanos. Así pues, no nos extrañan descripciones de los indígenas como: “Ellos andan todos desnudos como su madre los parió (...) cabellos gruesos cuasi como seda de cola de caballo (...) ellos deben ser buenos servidores y de buen ingenio (...). Además la naturaleza, al igual que podíamos ver en Melville juega un papel importante y es idealizada: “Esta isla es muy grande y muy llana y de árboles muy verdes  y muchas aguas y una laguna en el medio muy grande sin ninguna montaña  y toda ella verde que es placer” (Del Diario de Colón, días 12, 13 y 14 de octubre de 1492) igualmente que los indígenas mismos que son descritos como poseedores de gran belleza: “todos de buena estatura, gente muy hermosa: los cabellos no crespos, salvo corredios y gruesos, como sedas de caballo, y todos de la frente y cabeza muy ancha más que otra generación que hasta aquí haya visto, y los ojos muy hermosos y no pequeños” En este caso, la mujer no es la única expuesta a una objetivación por parte del colonizador pero el conjunto de la población indígena es alabado por su hermosura. No hay mejor reflejo de que esta representación esencialista del otro en el caso español aún pervive y está muy arraigada que las representaciones que se han llevado a cabo en las carabelas de Colón en La Rábida(Huelva) que se pueden ver en el anexo. En estás imágenes se ve como los indígenas son representados desnudos, con pelo largo, e incluso rodeados de esos animales como canarios y papagayos que Colón les atribuía en su diario. En cambio, los europeos están vestidos y situados en espacios interiores en contraste con los indios que se encuentran en el exterior, reforzando el vínculo entre éstos y naturaleza.

Así pues, para terminar, como demuestra el análisis de los textos de Tácito y Melville, toda retórica de la alteridad está determinada por un esquema binario que hace que se pierda la singularidad de cada ser humano. Por ello, ese tipo de creaciones, que como ya hemos visto perdura en el tiempo necesita ser sometido a una deconstrucción como diría Derrida, quien critica la tradición filosófica occidental por seguir en esquema de presencia vs. ausencia. En el contexto de los textos estudiados, la presencia es el poder dominante, desde cuya perspectiva se define lo otro, mientras que la ausencia se crea mediante la oposición de lo que define la presencia. Los peligros de no ser capaz de salir de la visión del mundo estructuralista en el que nos inserta nuestra tradición de pensamiento son muy claros y es la exclusión de identidades alternativas a lo que se ha definido como “normal” en nuestra sociedad. Así pues, minorías como colectivos LGTB en ocasiones quedan atrapadas en un espacio de marginalización por su identidad de género distinta a la sexual. Eso es lo que ha ocurrido recientemente con la ley anti-LGTB de Carolina del Norte, que no permite que las personas hagan uso del aseo que se adecue a su identidad de género, de manera que estos usuarios quedan a la vez oprimidos por la ley que abandonadas por ella, pues esta no define los derechos de este colectivo en una sociedad fuertemente discriminatoria con ellos.  Así pues, frente al binario hombre vs. mujer hay todo un abanico de posibilidades que nuestra
mentalidad influenciada por la metafísica de presencia vs. ausencia no es capaz de concebir.


Bibliografía

Tacitus, C., Fehrle, E., & Hünnerkopf, R. (1959). Germania. Heidelberg: C. Winter

Melville, H., & Valverde, J. M. (1993). Taipi: Un edén caníbal. Madrid: Valdemar.

Casas, B. D. (1957). Diario de a bordo de Cristobal Colon. Primer viaje. Barcelona.

Trouillot, M. (1995). Silencing the past: Power and the production of history. Boston, MA: Beacon Press













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